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EL ÁRBOL MÁGICO DE DON FLORIPONDIO

sábado, 28 de abril de 2007

CAPÍTULO IX: SUS DESEOS CUMPLIDOS

El día siguiente de Reyes, Don Floripondio, se despertó muy pronto. Desayunó y salió muy rápido de casa.

Pensaba en su amigo y recordaba al rey Baltasar enseñándole la carta.
Camino de la escuela no encontró a nadie.
La plaza estaba solitaria.
Era muy pronto y la gente seguía en sus casas.
Nervioso, abrió la puerta y entró.
Cuando llegó al final del pasillo se paró.
Entreabrió despacio la puerta de la clase y miró al fondo de la pared.

- ¡Mi amigo!, grito al ver la pared vacía.

Durante unos minutos se quedó quieto agarrado al picaporte.

No sabía qué hacer.
Despacio, fue abriendo la puerta mientras miraba sin parpadear
toda la pared.

- Estoy aquí, amigo Flori, oyó una voz que venía del centro de la clase.

Don Floripondio se dio la vuelta y quedó quieto.
El habla se le había cortado.
Las piernas le temblaban y su mirada había quedado fija en su amigo.

De nuevo oyó la voz que le llamaba.
Don Floripondio soltó el picaporte, cerró la puerta, fue corriendo hacia él y los dos se dieron un abrazo.


Era la hora de clase y poco a poco los niños iban llegando.
La puerta de la escuela estaba entreabierta, pero Don Floripondio no estaba.

Teresa, Marcos, Alex y Sara decidieron abrirla despacio.
Por el pasillo no había nadie, pero al fondo, se oía la voz de Don Floripondio que hablaba con otra persona.
Los cuatro se pararon.
De nuevo un silencio muy largo.
Entreabrieron la puerta de la clase y miraron por la rendija.

No creían lo que veían.
Después de un rato en silencio, se miraron con gesto de sorpresa.

- Don Floripondio, dijo Marcos, está sentado y habla con el árbol.

- Pero, ¿qué dicen?, preguntó Teresa, queriendo acercarse más a la rendija de la puerta.

- No lo sé, contestó Marcos, pero, ¡mira!, el árbol se ha bajado de la pared.
Alex se puso delante, guiñó el ojo izquierdo y por la rendija pudo ver a los dos sentados en la mesa.
Sin saber qué decir volvió a ponerse detrás de Marcos.
De nuevo guardaron silencio.
Su pensamiento no era Don Floripondio. Era el árbol al que siempre habían visto en la pared.

- Pero, ¿no será un sueño?, dijo Sara, un poco asustada.

- ¿Un sueño?, dijo Marcos, que seguía mirando por la rendija.

- ¡Un sueño!, con las risas que estoy oyendo, dijo Alex.

- Pero, ¿qué dicen?, volvió a preguntar Sara.

- No se entiende, respondió Teresa, pero se ríen mucho los dos.

Don Floripondio les había visto y, sin decir nada, se había levantado de la mesa.
- No os asustéis, les dijo, haciéndoles entrar.
Los Reyes Magos han escuchado mis deseos.
Desde hoy nuestro árbol del otoño tendrá un lugar entre nosotros. Participará en nuestros juegos y compartirá los buenos ratos de clase.
Es un deseo que yo pedí a los Reyes Magos y ellos mágicamente me han concedido.
Sara salió corriendo a dar la noticia a su compañeros que, deprisa, entraron en la clase.
Don Floripondio, les esperaba con la sonrisa de siempre y la alegría de ver a su amigo el árbol rodeado de sus alumnos.
Todos querían sentarse a su lado.
Algunos se atrevieron a tocarle creyendo que era un sueño, pero todos recibieron a su “árbol del otoño” como el mejor regalo mágico que les habían echado los Reyes Magos.
Don Floripondio, satisfecho de verse rodeado, recitó el poema que un día le enseño su amigo y que él ahora le dedicaba:
Eres hoy para nosotros
amigo de corazón.
Un árbol que tiene vida
un árbol que tiene amor.
Eres un árbol de otoño
con poca savia y sin flor,
pero tienes por dentro una vida,
tienes por dentro un calor,
que al llegar la primavera
darás al paisaje color.
Todos aplaudieron los versos de Don Floripondio, que fueron contestados por su amigo:
Eres para tus alumnos,
Don Floripondio, el artista.
Y, para mí serás siempre,
el amigo de mi vida.
Mientras cada uno recitaba los poemas, Nico, el más pequeño del grupo arrastraba una mesa, del fondo de la clase.
- ¿Qué haces Nico?, preguntó Don Floripondio.
- Nada, contestó Nico.
- ¿Qué quieres hacer con esa mesa?, insistió Don Floripondio.
Nico no supo qué responder.
Se quedó mirando a Don Floripondio y guardó silencio.
- Ven y siéntate a nuestro lado, le dijo, mientras le hacía un hueco junto al árbol.

Desde hoy, siguió hablando D. Floripondio, nuestro árbol, jugará con todos, se sentará al lado de todos y será el amigo de todos, porque para nosotros es y será para siempre, “ nuestro árbol mágico del otoño”.

FIN

DEDICATORIA:

A todos los niños y niñas de 4º curso de Primaria:
( Álvaro, Alex B., Adolfo, José R., Adrián G., Teresa, Alberto, Marcos, Jorge, Claudia, Adrián H., Laura I., Ana, Alejandro J., Lucía, Sandro, Alejandro M., Laura M., Miguel, Clara, David R., Sara, David T., Alejandro V.)


SIGUEN:
"12 CUENTOS DE LA ABUELA (www.cuentosdelaabuela.blogspot.com)

CAPÍTULO VIII: LA CARTA A LOS REYES MAYOS

Durante las vacaciones, escribió una carta a los Reyes Magos.

“Queridos Reyes Magos:

Os escribo esta carta como todos los años. Quiero deciros que estoy pasando una vacaciones muy felices y entretenidas.
Por las mañanas trabajo en un encargo que me ha hecho el señor alcalde.

Quieren que organice la decoración de una sala, para la exposición de utensilios antiguos y aperos de labranza.
Por las tardes doy un paseo con mi vecino Pedro que, ahora, está de vacaciones y, por la noche, antes de acostarme, me entretengo con la lectura de mis cuentos favoritos.
Así me duermo soñando.
Quiero también, en esta carta, escribir mi petición a Sus Majestades.
Es un deseo en el que vengo pensando hace mucho tiempo.
Sabéis que todos los años hago, con mis alumnos, la representación de cada una de las cuatro estaciones, con un árbol que decoramos todos en clase.
Este año ya hemos decorado el otoño.
El árbol que lo representa ha quedado tan bonito y tan real que desde el primer momento que le colocamos en la pared, yo le hablo y él me habla, yo le río y el me ríe y los dos nos contamos nuestras cosas.
Os pido, queridos Reyes Magos, que mi amigo el Árbol del Otoño, baje de la pared y pueda ser un alumno más en la clase.
Que hable conmigo y con mis alumnos.
Que pueda sentarse en las mesas y que juegue en el recreo.
Ya sé que es una petición un poco mágica, pero se lo estoy pidiendo a tres Reyes que son Magos.
Un abrazo de vuestro amigo.”

Flori



Don Floripondio, firmó la carta, la metió en el sobre y, muy bien cerrada, la introdujo en el buzón grande que habían puesto en la Plaza.

Por la noche, antes de ir a ver la cabalgata, dejó encima de una mesa, junto a la ventana, agua para los camellos y tres vasos de leche con turrón, para los Reyes Magos.
Cuando volvió a casa, miró lo que había dejado en la mesa y se acostó.
Don Floripondio pasó una noche muy tranquila y tuvo un sueño muy feliz.


Asomado a la ventana, pudo ver cómo pasaban por su casa los tres Reyes Magos.

Melchor le saludaba con su mano levantada.

Gaspar le sonreía mientras acariciaba su barba y Baltasar, con cara muy alegre, le enseñaba su carta”.

viernes, 27 de abril de 2007

CAPÍTULO VII : HABLANDO DE NAVIDAD, (LOS DOS TIENEN UN SUEÑO)

La primera semana del mes de diciembre, Don Floripondio explicó a sus alumnos el trabajo que iban a hacer.
Las fiestas de Navidad, les dijo, están próximas.
A todos nos gusta dejar la clase bonita y adornar las paredes con motivos navideños.
Como siempre, Don Floripondio puso la idea, dio la orientación y, a distancia iba supervisando los trabajos.
Al final de la tarde, como siempre, Don Floripondio despidió a sus alumnos y corrió al lado de su amigo.
- Ya ves lo que estamos haciendo
- Sí, dijo el árbol, interesándose por los trabajos.
- Mira, dijo Don Floripondio, señalando unas siluetas negras. Son las figuras del belén: los pastorcitos, unas ovejas y los reyes magos.
- Eres el artista de siempre. Cualquier cosa que tocas le das vida.
- Puede ser, dijo D. Floripondio un poco pensativo. Pero sí que me gustaría hablar con San José o con la Virgen o con el Niño
- Pero ¿has buscado ya el lugar donde colocarás estas figuras?, le preguntó el árbol, queriendo cambiar un poco de conversación.
- Pues no lo sé.
- Por mi parte estarían muy bien debajo de tus ramas, justo al lado derecho de tu tronco. Os haríais compañía y quién sabe si por la noche podrías hablar con ellos.
- Bueno, bueno, amigo Flori.
- Y eso otro que tienes en la mesa, dijo el árbol, volviendo a cambiar la conversación.
- Son dibujos de los niños.
Todos juntos formarán un mural que colocaremos en el pasillo.
Quedará muy bonito.
Ahora, como ves, estamos de preparativos, pero dos semanas antes de las vacaciones, ¡tendrías que verlo!
Adornos y murales por el pasillo, paredes decoradas con motivos navideños, la clase con serpentinas y, se me olvidaba decirte, haremos un belén precioso en la entrada.

- Pero, ¿podría yo verlo?, pregunto el árbol.
Don Floripondio no contestó. La pregunta de su amigo le había dejado cortado.
¡Ojalá pudiera verlo!, pensó, pero yo no soy un mago.

Durante unos minutos los dos permanecieron en silencio.
Don Floripondio miró el reloj y se dio cuenta que era muy tarde.

- Querido amigo, le dijo, me tengo que marchar.
Mañana nos veremos y volveremos hablar del Belén.
¡Ojalá! pueda ensañarte el belén, le dijo, caminando hasta la puerta.

- Hasta mañana amigo Flori, le despidió el árbol.

Despacio cerró la puerta y lentamente caminó por el pasillo.

Por el camino siguió pensando en su amigo.
Como siempre se imaginaba lo solo que se quedaba al cerrar la puerta.
Pero hoy, llevaba a casa otra preocupación.
¡Ojalá, pueda enseñarte el belén, le había dicho al despedirle.

Esa noche, Don Floripondio se acostó tranquilo y se durmió muy pronto.

En sueños vio a su amigo, el árbol, que bajaba de la pared y él le echaba una mano.
Vio también cómo los dos juntos caminaban hacia el Belén.
Don Floripondio, le iba explicando cada una de las figuras.
El árbol sonreía.
Cuando se aproximaron al portal, el árbol quiso tocar al Niño, pero no pudo.
Don Floripondio cogió el niño en la cuna y se lo acercó.
El árbol se sonrió y le dio las gracias lleno de satisfacción.
Había pasado mucho tiempo y era la hora de volver de nuevo a la clase.
Don Floripondio quiso decírselo a su amigo, pero, en ese momento, se despertó
.
Se restregó los ojos y miró a su alrededor.

Ha sido un sueño, pensó. Pero, ¡qué felices hemos sido los dos!.

Por la mañana, después del sueño tan bonito, las clases fueron normales.

Como todos los días tuvieron Lenguaje.

“Hoy, comenzó el dictado, hemos puesto las figuras del belén, junto al árbol del otoño, como si se lo estuviera contando a su amigo.
En una de sus ramas hemos colocado una estrella grande con las figuras de los tres Reyes Mayos
En cada manzana hemos puesto una estrella pequeña y en sus hojas amarillas un angelito mensajero.
Su tronco, rodeado de espumillón verde y, entre sus ramas, espumillón blanco”.

Don Floripondio, paseando por la clase, iba silabeando, al dictado, cada una de las frases que los niños copiaban.
Su mirada, fija en el árbol, expresaba su alegría y, de su boca rebosaba, de vez en cuando, una prolongada sonrisa.

Los niños se miraban unos a otros.

Nunca habían hecho un dictado tan grande.
Habían dado, ya, la vuelta a la hoja.

A Laura sólo le quedaban dos líneas cuando Jose, levantó la mano para decir a Don Floripondio que se le había acabado el papel.

Don Floripondio le miró como despertando de un sueño.

- Punto final, dijo, mirando a la clase que, extrañada, dejaba el lapicero encima de la mesa esperando una nueva actividad.
Este dictado será el último del trimestre.

Ahora, en una hoja, aparte, haréis un dibujo que resuma todo lo que hemos dicho.
Después lo colorearéis y lo pincharemos en el corcho.

La clase quedó sorprendida.

Era la primera vez que hacían una actividad como ésta en un dictado.
Alex cuchicheó, en voz baja, con su compañero, mientras éste contestaba encogiéndose de hombros.

Claudia se sonrió con su amiga Clara y, a Miguel, sin darse cuenta, le salió un, “¡qué raro!”

La exclamación llamó la atención a toda la clase.

Don Floripondio, miró hacia donde había salido la voz y preguntó ingenuamente, qué pasaba.

Miguel, dándose cuenta de su imprudencia, le dijo que nada.
Sólo quería saber si coloreaban todo el árbol.

Don Floripondio no contestó. Solamente mandó silencio, al ver que la pregunta de Miguel había causado sonrisas entre todos sus alumnos.

Durante todo el día, Don Floripondio le pasó sin darse cuenta que estaba en la clase y, que a su lado había 24 alumnos que observaban sus movimientos.

Le notaban raro y, a veces, pensaban que no había dormido bien esa noche.
Se le abría mucho la boca.
No hacía más que mirar y volver a mirar al árbol del otoño y, de vez en cuando, en el gesto de su cara, se veía una pequeña sonrisa.

Y es que Don Floripondio sólo pensaba en la tarde y en el sueño que había tenido por la noche.


Cuando se lo cuente a mi amigo el árbol, le daré una gran alegría, pensaba, mientras colocaba los dictados en el corcho.



Por la tarde, despidió a su alumnos y volvió corriendo a la clase.
En la pared le esperaba su amigo con una sonrisa.

- Buenas tardes, Flori, le dijo.

¡Qué ganas tenía que llegara esta hora!

- ¿Qué pasa?, le preguntó Don Floripondio.

- Nada, que eres extraordinario, amigo Flori.

- ¿Por qué dices eso?

- Porque anoche tuve un sueño maravilloso


- ¿Qué sueño maravilloso tuviste?

- En sueños, amigo Flori, pude ver tu belén.
Tú me ayudabas a bajar de la pared y los dos juntos le estuvimos viendo. ¡Era maravilloso!

Don Floripondio quedó sorprendido y en silencio.
Veía la cara de su amigo, tan llena de satisfacción y alegría, que no se atrevió a decir nada.

Su amigo había tenido el mismo sueño.
Hablaba del río, de la noria, de las montañas y del portal y había podido ver el belén.
- Y ¿te ha gustado mucho?, preguntó después de un largo silencio.

- Me ha gustado muchísimo.
Sobre todo, cuando tú me acercaste el Niño en su cuna para que lo pudiera ver bien.
¡Gracias!, amigo Flori.

- Eres mi amigo, dijo Don Floripondio, emocionado por lo que le había dicho.

Esa tarde la despedida fue un poco más larga.

- Hoy comenzamos las vacaciones, dijo Don Floripondio.
Cuando volvamos tendremos que ponerte un nuevo vestido. Ya sabes que mañana comenzamos una nueva estación.
- No te preocupes amigo Flori.
Cuando volváis yo estaré preparado.
Espero que pases bien estos días de vacaciones y que te echen muchas cosas los Reyes Magos.

- Hasta el día siete, se despidió Don Floripondio.

- Hasta que vuelvas, amigo Flori, le dijo el árbol, con cierto aire de humor, mientras sacudía las últimas hojas del otoño.

Don Floripondio se fue despidiendo por el pasillo.
Salía de clase un poco nervioso pero muy satisfecho porque dejaba a su amigo alegre y contento.

miércoles, 25 de abril de 2007

CAPÍTULO VI: ESPERANDO DE NUEVO LAS CINCO

Don Floripondio terminó el cuento mirando a “su amigo el árbol”, pero los niños, entusiasmados, seguían atentos.

Apoyando su codo en la mesa y la mano en la mejilla, esperaban la palabra de Don Floripondio.

- Nuestro árbol, dijo después de un silencio, también tiene hojas amarillas, pero es tan bueno, que no deja caer ni una, para que no tengamos que recogerlas.

- Es que no son verdaderas, dijo Sara.

- Sí, es verdad, pero ¡están tan bien pintadas! que parecen verdaderas.

- Como los árboles del cuento, dijo Adolfo.

- ¡Claro!, dijo Marcos.

- En las películas de dibujos animados, levantó la mano Clara, hablan y se ríen. Y tienen vida como nosotros.

Don Floripondio guardaba silencio.
La conversación de sus alumnos le daba mucha alegría porque, para Don Floripondio, todo lo del árbol era verdadero y las mágicas conversaciones con su amigo, eran el mejor regalo del día.

Esa tarde, había mirado varias veces su reloj, pero la manecilla pequeña no acababa de llegar al número cinco.
¡Tenía tantas ganas de hablar con su amigo!
¡Tenía tantas cosas que contarle!.

Cuando llegó la hora, se puso a la puerta y fue despidiendo a todos con una sonrisa.
Cuando pasó el último, corrió muy rápido a su lado y quiso saludarle pero, su amigo, ya se había adelantado.

- ¡Hola! Flori. ¿Cómo has pasado el día?

- Muy bien, respondió Don Floripondio.

Ya habrás visto lo que hemos estado haciendo.

- ¿Qué habéis estado haciendo?

Don Floripondio le explicó lo bien que hacían los problemas con sus manzanas y sus hojas.
También le contó que muy pronto llegaría la Navidad.
Pero en lo que más se entretuvo fue en el cuento de “los árboles solidarios!.
Don Floripondio se lo contó, como si estuviera haciendo un teatro.
Movía las manos y sacudía su cuerpo imitando a las hojas al caerse de los árboles.
Hablaba como un pregonero, al recitar el aviso que recibieron cada uno de los árboles e hizo reír a carcajadas a su amigo, cuando imitó al árbol más viejo del cuento, corriendo a sacudir sus hojas.

- ¡Qué bonito!, dijo el árbol, cuando terminó de contárselo.

Los dos estuvieron un rato en silencio.
Estaban emocionados.
El árbol se sentía protagonista y Don Floripondio, ¡había tenido tantas ganas que llegara este momento!
Pero ahora estaba satisfecho. Se lo había contado y le había gustado mucho.

- Y a los niños, ¿qué es lo que más les ha gustado?, le preguntó el árbol.

- Les ha gustado todo, pero lo que más me han comentado es la solidaridad de todos con los jardineros.
También se han reído mucho, como tú, con la escena del olmo que se durmió y tuvo que salir corriendo.

Don Floripondio miró el reloj.
Era ya tarde.
Había pasado mucho tiempo aunque para él todo era muy corto, cuando estaba con su amigo

- Me tengo que marchar, dijo Don Floripondio.
Mañana seguiremos hablando.

- ¿Te puedo pedir un favor?, le preguntó el árbol.

- ¡Claro!

- Mañana ¿me volverás a contar otro cuento?

- Mañana te contaré otro cuento muy bonito

- Hasta mañana, amigo Flori, dijo el árbol con una sonrisa de agradecimiento.

- Hasta mañana, respondió Don Floripondio mientras cerraba la puerta.

domingo, 22 de abril de 2007

CAPÍTULO V. PREPARANDO "EL DÍA DEL ÁRBOL"

Por el pasillo y camino de casa, Don Floripondio, recordaba la conversación tan agradable que había tenido con su amigo.

¡Qué bien me ha descrito su nombre!, pensaba.

Don Floripondio estaba orgulloso y muy satisfecho de los buenos ratos que pasaba a su lado.
En voz baja comenzó a repasar los versos que le había recitado su amigo en clase.

Cuando llegó al final no pudo por menos de dar un salto de alegría.

Cada tarde, después de hablar con él, pensaba en el día siguiente.
Y así, todos los días.
Siempre tenían muchas cosas que contarse.

Esa noche Don Floripondio se entretuvo mirando los libros de su biblioteca.
Muy pronto celebrarían el “día del árbol” y quería leer a sus alumnos un cuento.
Eran ya las altas horas de la noche y no encontraba lo que buscaba. Sabía que un día lo había leído, pero ya llevaba un montón de libros abiertos encima de la mesa y no daba con ello.

En un principio pensó en “El Bosque Encantado”, pero no.
También creyó encontrarlo en “El Castillo de los dos Ojos”, pero tampoco estaba.
Al final, después de hojear y hojear muchos libros lo consiguió.
Estaba en el capítulo doce del libro “Los Cuentos para la Noche”.
Era una historia llena de fantasía.
Durante un rato muy largo repasó las siete páginas que tenía el cuento titulado “Los árboles solidarios”.
- ¡Este es el cuento!, comentó en voz alta. ¡Cómo les va a gustar!
Mañana se lo contaré y hablaremos también de la fiesta del árbol.

Don Floripondio se acostó muy contento.
Había encontrado lo que buscaba y esto le causaba gran satisfacción.
Por unos momentos se acordó de su amigo el árbol.
! Tan bonito y elegante!
¡Tan alto y tan fuerte!
¡Tan lleno de colorido!
pero... ¡tan solo en clase!
Mi amigo, pensó Don Floripondio, no podrá escuchar la historia de los árboles solidarios, cuando se lo cuente a mis alumnos pero, por la tarde, se lo contaré a él solo.
Con estos pensamientos fue quedándose dormido hasta que entró en un sueño profundo.

Por la mañana, tuvo que salir de casa casi corriendo.

Quedaban solamente cinco minutos y los niños seguro que estaban esperando.

Cuando Don Floripondio llegó, muchos de sus alumnos le esperaban a la entrada.
Les saludó con una sonrisa, mientras abría la puerta de la escuela.
En cinco minutos fueron entrando todos.

Por la tarde hablaron del ”ÁRBOL”.

Entre todos fueron recordando distintos nombre de árboles.
De su importancia en el campo, de sus hojas, de sus frutos...

Casi todos habían visto plantar algún árbol y alguno había ayudado a plantar frutales en la huerta de sus abuelos.

Al final de la tarde les contó el cuento, que todos esperaban con ganas.


“Había una vez, comenzó D. Floripondio el cuento, un parque muy grande, en una ciudad llamada Fuentesaúco. Plantas aromáticas, claveles, margaritas y pensamientos decoraban el suelo.
Rosaledas y arbustos formaban arcos y setos de figuras y en lo alto, grandes copas de álamos, chopos, acacias y olmos adornaban el parque.

Los pájaros anidaban en sus ramas. La hormigas trepaban por su tronco y entre su corteza se ocultaban las musarañas.
En el lago redondo nadaban los patos. En el aire, las mariposas
revoloteaban y los niños jugaban entre columpios y toboganes.
Las estaciones pasaban cada año por el parque, dejando, a su paso, lo bonito de cada una.
Inviernos blancos, silenciosos y fríos.
Veranos calurosos y sombreados.
Primaveras llenas de verdor y colorido y otoños cubiertos de hojas multicolores.

De aquí para allá trabajaban los jardineros, manteniendo el parque cuidado y limpio.
Con sus mangueras daban frescura y verdor al césped.
Con sus rastrillos limpiaban la hierba y con la sierra podaban las ramas.
El parque era la alegría de la ciudad de Fuentesaúco.


Había llegado el otoño y sus verdes hojas de primavera y verano comenzaban a cambiar de color. Poco a poco iban cayendo y, amontonadas, cubrían el suelo.
Un día, el olmo más antiguo del parque, que había observado el trabajo que los jardineros tenían que hacer en la época del otoño, lo comentó con otros árboles del parque:
- Es que nosotros, dijeron los chopos, somos ¡tan altos! y ¡tenemos las hojas ¡tan grandes!

- Tienes razón, dijo el olmo, pero esto no es culpa de uno sólo.
- Nuestras hojas, como las de la acacia, son más pequeñas pero más difíciles de recoger.
- Y las nuestras, dijo el sauce. ¡Tan largas y delgaduchas!
- ¡Está bien!, insistió el olmo. Todos intervenimos en la caída de las hojas y todos debemos colaborar y echar una mano a nuestros amigos, los jardineros.
- Tienes toda la razón, dijo la acacia, pero ¿cómo podemos colaborar?
- Primero debemos pensarlo y entre todos veremos cómo podremos ayudar.

Esa noche recibieron todos un aviso del olmo veterano.
“En medio del silencio de la noche y lejos de la vista de los humanos, cada uno sacudirá sus hojas en el mismo lugar”, decía la nota.
Durante unos días comentaron el mensaje recibido mientras, en grupo y en solitario, comenzaron a sacudir sus hojas.
Por las mañanas, cuando los jardineros llegaban al parque, quedaban admirados al contemplar el trabajo ya hecho.
Un gran montón de hojas se almacenaba en un lateral del parque.
- Es el viento, comentó el jardinero mayor.
¡Cuántas veces hemos recogido las hojas amontonadas por los aires fuertes de esta estación!
- Muchas veces, dijo otro de los jardineros, pero nunca en un solo montón como ahora. El viento nunca nos ha hecho esto.
El silencio de los jardineros, reunidos aquella mañana, se hacía cada vez más largo.

Por unos momentos habían querido dar la razón al jardinero mayor, pero el razonamiento del otro compañero les había hecho guardar silencio.

- Yo he leído en un libro, dijo el jardinero más joven, que el Mago de los Bosques hacía cosas parecidas.
Recuerdo que, una vez, reunió a todos los árboles para que el incendio no les quemara y que les hacía crecer para que hubiera madera en los bosques.
¿Por qué no puede ser el Mago de los Bosque?

- ¡Bueno! ¡Bueno! Dejémonos de bromas y fantasías, insistió el jardinero mayor.
Hay que vigilar el parque.
Desde mañana observaremos y estaremos atentos a lo que pasa.

Esa noche los árboles siguieron su turno.
Uno a uno fue saliendo, como siempre, para sacudir sus hojas. Pero un olmo, de los más antiguos del parque, se quedó dormido.

Cuando estaba amaneciendo y se dio cuenta que era ya tarde, salió corriendo para sacudir sus hojas.

A lo lejos fue observado por un jardinero madrugador.

Oculto entre los arbustos y lleno de admiración por lo que veía, pudo darse cuenta cómo volvía de sacudir sus hojas y se colocaba silencioso en su sitio.

Cuando sus compañeros fueron llegando, les contó lo que había visto.
Pronto la noticia corrió por el parque y los jardineros se juntaron para oírlo
- ...Y vi, contó el jardinero, cómo el olmo, se sacudía las hojas y corriendo volvía a su sitio.

Me acerqué a su lado y, al verse descubierto, me lo contó todo.

- Lo hacemos por vosotros, me dijo. ¡Tenéis tanto trabajo!

Llenos de alegría, los jardineros dieron las gracias a sus amigos.
Invitaron a todo el parque y, juntos, celebraron una fiesta que hoy recordamos como “Día del Árbol”.
Y colorín colorado este cuento se ha terminado

miércoles, 18 de abril de 2007

CAPÍTULO IV : LOS DIÁLOGOS CON SU AMIGO

Para Don Floripondio, como artista, el árbol era la ilusión de todos los años.

Así lo veían sus alumnos cuando, durante las clases, se acercaba a la pared y le sonreía.

Pero nadie sabía que, para D. Floripondio, era un amigo con el que todas las tardes, cuando terminaban las clases y él se quedaba solo, se acercaba y, juntos, hablaban, dialogaban y se contaban sus cosas.

Aquella primera tarde, Don Floripondio estaba un poco nervioso.
¡Veía tan bonito a su amigo, colocado en la pared y adornado con tantos detalles!
Tenía muchas ganas de estar solo, acercarse y hablar con él.

Durante el día había mirado repetidas veces a la pared y guiñando el ojo le había sonreído.
Había acariciado su tronco y sus ramas, simulando que quería saber si la pintura de los niños ya estaba lo suficientemente seca y de vez en cuando había colocado la hoja que estaba un poco caída, la fruta que no se veía bien o el niño que no estaba bien agarrado al tronco.

Todas eran d
isculpas para Don Floripondio que quería estar lo más cerca posible de su amigo.

Cuando llegaron las cinco y salió el último niño, Don Floripondio cerró la puerta y se acercó a la pared donde estaba su amigo.




- ¿Qué te parece cómo te hemos vestido?, le preguntó Don Floripondio.
- Yo no puedo verme, contestó el árbol, pero los comentarios de tus alumnos son suficientes para saber lo bonito que estoy.
- Estás muy bonito y no te falta ni un detalle.
- ¡Eres tan buen artista!, dijo su amigo el árbol
- Y sabes cómo te llamas, ¿no?, dijo Don Floripondio queriendo cambiar de conversación.

El árbol miró a Don Floripondio y quedó pensativo. Sabía cómo se llamaba pero quería decírselo a su amigo Flori con un poema que de pequeño le habían enseñado.
- ¿Qué te pasa?, preguntó Don Floripondio
- Estoy pensando.
- Y, ¿en qué piensas?
- Estoy pensando en mi nombre para decírtelo en verso.
- ¿Cómo en verso?, dijo Don Floripondio extrañado.
- ¡Mira!, recitó su amigo el árbol:

Soy el árbol del otoño
con poca savia y sin flor.
Pero tengo por dentro la vida
y el suficiente calor
que en primavera florezco
y doy al paisaje color
- ¡Qué poema tan bonito!, dijo Don Floripondio.
Mañana se lo dirás a todos los niños. ¡Ya verás lo que les va a gustar!
Amigo Flori, así le llamaba cariñosamente. Ya sabes que yo, durante las horas de clase soy un árbol elegante y muy bien pintado pero sólo un dibujo y no puedo hablar con nadie.
- Claro, tienes razón, dijo Don Floripondio, pero a mí se me olvida que para todos eres un árbol normal.
Mañana, yo se lo diré y lo aprenderán como aprendieron el otro día la canción del teatro.
- ¿Qué teatro?
- ¿No te lo he contado?
Ayer estuvimos en el teatro. Fue una obra que les gustó mucho a los niños.
- De ¿qué trataba?
- Fue un tema muy interesante.
- ¿De Navidad?
- Frío, frío, dijo Don Floripondio, queriendo hacer un juego.
- ¿Se trata de algún tema de fantasía?
- Frío, frío, volvió a repetir Don Floripondio mientras reía con gracia la intriga en la que había metido.
- Dame una pista, le dijo suplicando su amigo.
- Bueno, mira: lo formáis vosotros y el aire y el agua y...
Ya no te digo más, dijo Don Floripondio sonriendo levemente.
- ¡Ya lo sé!, dijo el árbol.
- Se trata de la naturaleza.
- Templado, templado
- Del medio ambiente.
- Caliente, caliente, dijo Don Floripondio, pensando que con esta respuesta ya había acertado.
El tema exacto era: “
el cuidado de nuestro entorno a través del buen uso de la planta de reciclaje”.
A los niños les gustó mucho.
La obra tenía de todo.
Un poco musical, otro poco de fantasía y mucho de aprendizaje
Era como un juego de colores y de música.
Recuerdo el estribillo de la canción que repetían mucho:

La planta de reciclaje
es un lugar especial
donde se guardan las cosas
que no se volverán a usar.

- ¡Que bonito y qué bueno eres conmigo!, amigo Flori, dijo el árbol.

En medio de la conversación, Don Floripondio miró el reloj.

- Es tarde y tengo que ir a casa. Mañana hablaremos más.
- Hasta mañana, le respondió el árbol, mientras veía que su amigo Flori, cerraba la puerta.

viernes, 23 de marzo de 2007

CAPÍTULO III EL ÁRBOL DEL OTOÑO

A la mañana siguiente, cuando todos habían entrado en clase, Don Floripondio les tenía preparado, la silueta de un árbol grande extendido en el suelo.

Tenía un tronco fuerte y sólido, capaz de aguantar los fuertes vientos del otoño y unas ramas resistentes para mantener la fruta.

Había que darle color y posteriormente decorarle.
Don Floripondio quería para la clase un árbol del otoño con vida.
Un árbol que conservara todavía las hojas verdes del final del verano, mezcladas con otras de color amarillo y que colgaran de sus ramas la fruta sabrosa de finales de octubre.

- Mirad, dijo, dirigiéndose a toda la clase y señalando las ceras que estaban en la estantería:
Un grupo pintará el tronco y las ramas, con el color marrón, verde y azul.
Otro grupo hará la fruta con el rojo, el naranja y el amarillo
- ¿Y las hojas?, preguntó Teresa.
- Las hojas las pintará también el grupo de las frutas, contestó Don Floripondio, al darse cuenta que le quedaban muy pocos en clase para recortar la fruta y las hojas.

No es necesario que corráis, les había dicho al verlos tan entusiasmados.
Ya sabéis aquello de... “Poco y bien hecho, mejor que mucho y mal hecho”.

Don Floripondio contemplaba de pie el trabajo de sus alumnos.
Sentados en la alfombra, trabajaban afanosos y entusiasmados, dando colores, desde el tronco hasta la última rama.
Después de las ceras, llegaron las tijeras.
Recortaron los bordes del tronco, las ramas y los tallos.
Pegaron entre sus ramas, las manzanas y las hojas que habían coloreado.
Levantarlo, fue todo un éxito, porque medía casi dos metros.
Después de varios intentos y muchas ayudas, el árbol se mostró ante toda la clase, fuerte y bonito.

Un gesto de admiración se dejó ver en las caras de los niños y las niñas.

- Está muy bien, dijo Don Floripondio, orgulloso de sus alumnos.
Habéis hecho una obra de artistas.
Toda la clase se rió, satisfechos de lo que les había dicho.
Ellos también disfrutaban con su obra, pero seguían atentos a Don Floripondio que pensativo, miraba la pared.

- El trabajo no ha terminado del todo, dijo después de un rato de silencio.

Todos quedaron extrañados.

- Faltan pequeños detalles, dijo sonriendo a sus alumnos.
- ¿Qué son detalles?, preguntó Alex, en voz baja, a su compañera.
- No lo sé, dijo Teresa. Pero debe ser algo de poca importancia.
- ¿Por qué dices eso? insistió Alex.
Teresa no contestó y miró a D. Floripondio que caminando despacio, se acercaba al árbol.

- ¿No os parece, que el árbol tan precioso que habéis decorado está un poco solitario?
Los detalles de los que yo os he hablado son muy sencillos.
- ¡Mira!, dijo Alex a su compañera. Los detalles, son algo sencillo, no de poca importancia como tú decías.
- Es casi lo mismo, dijo Teresa, sin querer dar la razón
- ¡Bueno!, asintió Alex.
- Pues “bueno”, contestó Teresa.

Las dos se callaron cuando la voz de D. Floripondio se oyó de nuevo.

- ¡Mirad!, siguió comentando Don Floripondio.

Arriba, a la derecha, por encima de la última rama, colocaremos dos nubes de las que caerán gotitas de agua.



Debajo varios paraguas y, alrededor del tronco, niños y niñas jugando con chubasqueros.
Arriba también, un sol, casi tapado y un arco iris oculto entre nubes y gotas de agua.
Todos trabajaron en lo que Don Floripondio les habí
a dicho y, al final, de nuevo les felicitó.

- Con unas pequeñas nubes, cuatro gotas de agua y un sencillo arco iris, habéis hecho una obra de arte.
Os felicito